EL HOMBRE EN EL POZO

Hubo una vez un hombre que, oprimido por la pobreza y las preocupaciones, decidió abandonar su hogar, su familia, su pueblo, y emigrar a otro país.

Una noche, salió de su casa y, sin que nadie le viera, comenzó a caminar. Atravesó tierras, ciudades, cruzó ríos y anduvo sin detenerse días y días sin fin. Vivía de las limosnas que le daban, y seguía su peregrinación en busca de mejor tierra y vida más tranquila. Anduvo tanto que terminó por perderse.

Un día llegó a un espeso bosque, lleno de árboles y de bestias salvajes. Allí, mientras buscaba un camino para salir y recorría senderos escabrosos presa del hambre y de la sed, vio aterrorizado que por detrás un elefante enloquecido avanzaba hacia él dispuesto a clavarle sus terribles colmillos y aplastarle con su poderosa trompa.

Al mismo tiempo, aparecieron delante una banda de demonios armados de terribles espadas, con sus rostros horribles pintados y que reían ferozmente al ver su estado. El hombre comenzó a temblar lleno de un temor mortal mientras miraba en todas las direcciones en busca de un lugar donde pudiera cobijarse de aquellos peligros. A su derecha, vio un árbol inmenso y corrió hacia él.

Pero, el árbol era tan alto que ni siquiera los pájaros podían alcanzar su copa. Era imposible que el hombre trepara por su tronco, y de nuevo el miedo más horrible le invadió. Miró a su alrededor y descubrió un viejo pozo cuya boca estaba casi oculta por las hierbas.

Temeroso de que su vida acabara de un momento a otro si permanecía expuesto a la furia del elefante o de los demonios, se lanzó de cabeza al pozo con el deseo de prolongar su vida aunque no fuera más que unos instantes.

En la pared del pozo crecían las ramas de un matorral, y el hombre se cogió a ellas para evitar hundirse en las profundidades. Pero entonces, descubrió que en el fondo del pozo había un nido de serpientes que, enfurecidas por su presencia, comenzaron a lanzar mortales silbidos. En medio de ellas, había una inmensa serpiente pitón, negra y poderosa, con la boca abierta, un cuerpo grueso como la trompan de un elefante y ojos ardientes como el fuego. El desgraciado peregrino pensó: «¡Viviré mientras estas ramas resistan!»

Pero, al alzar la cabeza, vio en la base de las ramas que eran su cobijo, a dos gigantescas ratas: una era blanca, la otra negra, y con sus afilados dientes roían las ramas que le habían proporcionado refugio.

Entretanto, el elefante había llegado junto al árbol, mucho más enfurecido que antes por no haber podido atrapar al hombre. Descargó su furia contra el árbol y con su trompa poderosa lanzaba golpes inmensos sobre el tronco. Los golpes agitaron las ramas del árbol y una colmena que colgaba de una rama que se extendía sobre el pozo se desprendió de su sostén y cayó sobre el desgraciado que se aferraba al matorral. Su cuerpo quedó envuelto de furiosas abejas que le picaban sin cesar, creyéndole causante de aquella conmoción.

Pero, una gota de miel resbaló por el rostro del hombre, llegó hasta los labios y le proporcionó un instante de dulzura. Olvidó las serpientes, el elefante, las ratas, los demonios, las abejas y su terrible situación en el pozo. Sólo deseó que nuevas gotas de miel llegaran a su boca.

Así es la vida del hombre, según esta leyenda de la India. El elefante salvaje es la muerte; los demonios, la vejez. El árbol es la salvación, que sólo los hombres espirituales pueden escalar. El pozo es la vida humana, y las ramas del matorral su duración. Las ratas son los años, una blanca y otra negra, porque los años del hombre son unas veces buenos y otras malos, pero siempre destructores. Las serpientes son las pasiones y la gran pitón, el infierno. Las picadas de las abejas son las enfermedades, que atormentan al hombre a lo largo de su vida. Las gotas de miel son los placeres triviales, terribles al final porque el hombre que cae en ellos está perdido.

Sumido en mi pozo, lleno de ratas negras y abejas rabiosas por picarme, sólo me queda aferrarme a las ramas del matorral para intentar escalar a lo más alto del árbol; paradójicamente, cuanto menos espeso es el matorral, más arriba me encuentro, pero también más cerca de mí se encuentra la serpiente pitón…

TZI